Saturday, February 23, 2008

Vicente Aleixandre (Sevilla 1898 - Madrid 1984) Premi Nobel de Literatura 1977


Nació en Sevilla en 1898. Su infancia transcurrió en Málaga, y aunque desde los trece años se trasladó con su familia a Madrid, el mar dejó una profunda huella en su poesía.
Fue uno de los grandes poetas del siglo XX.
Su primer libro, «Ámbito», fue publicado en 1928, al que siguieron, «Espadas como labios» en 1932, «Pasión de la tierra» en 1935, «Sombra del paraíso» en 1944, «Mundo a solas» en 1950, «Nacimiento último» en 1953, «Historia del corazón» en 1954, «Poemas de la consumación» en 1968, «Diálogos del conocimiento» en 1974 y póstumamente «En gran noche» en 1991.
En 1934 fue Premio Nacional de Literatura y en 1977 recibió el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.


CRIATURAS EN LA AURORA
Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.

Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana

el último, el pálido eco de la postrer estrella.

Bebisteis ese cristalino fulgor,

que con una mano purísima

dice adiós a los hombres

detrás de la fantástica presencia montañosa.

Bajo el azul naciente,entre las luces nuevas,

entre los puros céfiros primeros,

que vencían a fuerza de candor a la noche,

amanecisteis cada día,

porque cada día la túnica casi húmeda

se desgarraba virginalmente para amaros,

desnuda, pura, inviolada.

Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,

donde la hierba apacible ha recibido eternamente

el beso instantáneo de la luna.

Ojo dulce,

mirada repentina para un mundo estremecido

que se siente inefable

más allá de su misma apariencia.

La música de los ríos,

la quietud de las alas,

esas plumas

que todavía con el recuerdo del día

se plegaron para el amor como para el sueño,

entonaban su quietísimo éxtasis

bajo el mágico soplo de la luz,

luna ferviente que aparecida en el cielo

parece ignorar su efímero destino transparente.

La melancólica inclinación de los montes

no significaba el arrepentimiento terreno

ante la inevitable mutación de las horas:

era más bien la tersura,

la mórbida superficie del mundo

que ofrecía su curva como un seno hechizado.

Allí vivisteis.

Allí cada día presenciasteis

la tierra,la luz, el calor,

el sondear lentísimo de los rayos celestes

que adivinaban las formas,

que palpaban tiernamente

las laderas, los valles,los ríos

con su ya casi brillante espada solar,

acero vívido que guarda aún, sin lágrimas,

la amarillez tan íntima,

la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.

Allí nacían cada mañana los pájaros,

sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.

Las lenguas de la inocencia

no decían palabras:

entre las ramas de los altos álamos blancos

sonaban casi también vegetales,

como el soplo en las frondas.

¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían

estrenando sus alas,

sin perder la gota virginal del rocío!

Las flores salpicadas,

las apenas brillantes florecillas del soto,

eran blandas, sin grito,

a vuestras plantas desnudas.

Yo os vi, os presentí,

cuando el perfume invisible

besaba vuestros pies, insensibles al beso.

¡No crueles: dichosos!

En las cabezas desnudas

brillaban acaso

las hojas iluminadas del alba.

Vuestra frente se hería,

ella misma,

contra los rayos dorados,

recientes, de la vida,

del sol, del amor,

del silencio bellísimo.

No había lluvia,

pero unos dulces brazos

parecían presidir a los aires,

y vuestros cabellos sentían

su hechicera presencia,

mientras decíais palabras

a las que el sol naciente daba

magia de plumas.

No, no es ahora,

cuando la noche va cayendo,

también con la misma dulzura

pero con un levísimo vapor de ceniza,

cuando yo correré

tras vuestras sombras amadas.

Lejos están

las inmarchitas horas matinales,

imagen feliz de la aurora impaciente,

tierno nacimiento de la dicha en los labios,

en los seres vivísimos

que yo amé en vuestras márgenes.

El placer no tomaba

el temeroso nombre de placer,

ni el turbio espesor

de los bosques hendidos,

sino la embriagadora nitidez

de las cañadas abiertas

donde la luz se desliza

con sencillez de pájaro.

Por eso os amo, inocentes,

amorosos seres mortales

de un mundo virginal

que diariamente se repetía,

cuando la vida sonaba

en las gargantas felices

de las aves, los ríos,

los aires y los hombres.


Vicente Aleixandre

Premio Nobel Literatura 1977


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