Nació en Sevilla en 1898. Su infancia transcurrió en Málaga, y aunque desde los trece años se trasladó con su familia a Madrid, el mar dejó una profunda huella en su poesía.
Fue uno de los grandes poetas del siglo XX.
Su primer libro, «Ámbito», fue publicado en 1928, al que siguieron, «Espadas como labios» en 1932, «Pasión de la tierra» en 1935, «Sombra del paraíso» en 1944, «Mundo a solas» en 1950, «Nacimiento último» en 1953, «Historia del corazón» en 1954, «Poemas de la consumación» en 1968, «Diálogos del conocimiento» en 1974 y póstumamente «En gran noche» en 1991.
En 1934 fue Premio Nacional de Literatura y en 1977 recibió el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.
Fue uno de los grandes poetas del siglo XX.
Su primer libro, «Ámbito», fue publicado en 1928, al que siguieron, «Espadas como labios» en 1932, «Pasión de la tierra» en 1935, «Sombra del paraíso» en 1944, «Mundo a solas» en 1950, «Nacimiento último» en 1953, «Historia del corazón» en 1954, «Poemas de la consumación» en 1968, «Diálogos del conocimiento» en 1974 y póstumamente «En gran noche» en 1991.
En 1934 fue Premio Nacional de Literatura y en 1977 recibió el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.
Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que con una mano purísima
dice adiós a los hombres
detrás de la fantástica presencia montañosa.
Bajo el azul naciente,entre las luces nuevas,
entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de candor a la noche,
amanecisteis cada día,
porque cada día la túnica casi húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.
Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la hierba apacible ha recibido eternamente
el beso instantáneo de la luna.
Ojo dulce,
mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable
más allá de su misma apariencia.
La música de los ríos,
la quietud de las alas,
esas plumas
que todavía con el recuerdo del día
se plegaron para el amor como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.
La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura,
la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.
Allí vivisteis.
Allí cada día presenciasteis
la tierra,la luz, el calor,
el sondear lentísimo de los rayos celestes
que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente
las laderas, los valles,los ríos
con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas,
la amarillez tan íntima,
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.
Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.
Las lenguas de la inocencia
no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales,
como el soplo en las frondas.
¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas,
sin perder la gota virginal del rocío!
Las flores salpicadas,
las apenas brillantes florecillas del soto,
eran blandas, sin grito,
a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí,
cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos!
En las cabezas desnudas
brillaban acaso
las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería,
ella misma,
contra los rayos dorados,
recientes, de la vida,
del sol, del amor,
del silencio bellísimo.
No había lluvia,
pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían
su hechicera presencia,
mientras decíais palabras
a las que el sol naciente daba
magia de plumas.
No, no es ahora,
cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura
pero con un levísimo vapor de ceniza,
cuando yo correré
tras vuestras sombras amadas.
Lejos están
las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos
que yo amé en vuestras márgenes.
El placer no tomaba
el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor
de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez
de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza
con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes,
amorosos seres mortales
de un mundo virginal
que diariamente se repetía,
cuando la vida sonaba
en las gargantas felices
de las aves, los ríos,
los aires y los hombres.
Vicente Aleixandre
Premio Nobel Literatura 1977
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